sábado, 14 de noviembre de 2009

Recordando.Una interesante miurada en Sevilla.Año 1997.


Una interesante miurada. Llegó la tradicional miurada y resultó que no había despertado tanta expectación como cabía esperar. En realidad no había expectación ninguna. La plaza ni siquiera se llenó, ¡en plena feria! Mucho hablar de la legendaria divisa, de la histórica Maestranza, de su sensible afición, pero obras son amores. Luego la tarde transcurrió amena, pues los miuras ofrecían un juego interesante. Aunque según y cómo.

Quiere decirse: según para quién. Estamos en la época del toro que se dejó. Los taurinos y sus corifeos tienen por toro bueno el que se deja. Lo cual repugna a la esencia e incluso a la grandeza de la casta brava del toro de lidia.

El toro bravo es, precisamente, el que no-se-deja. Que el toro bravo desarrolle nobleza no significa que haya de tener buen conformar. El toro docilón que se deja dar pases no es ni siquiera toro: es la borrega.

Los toros de Miura salieron pidiendo pelea. Algunos mansearon mas al sentir el castigo se recrecían, en banderillas se arrancaban prontos, las muletas querían comérselas. A veces se querían comer a los toreros, de paso. Hubo miuras broncos, hubo miuras peligrosos, y hubo miuras con rasgos de sorprendente boyantía. Es curioso: con frecuencia dependía del torero y de su toreo. Torero que aguantaba la embestida y la templaba con mando, consumaba completa la suerte, parecía mejorar la condición del toro y, naturalmente, provocaba olés encendidos.

Estos felices momentos no se prodigaron y es lógico: a ver quién tenía suficientes arrestos para jugarse el tipo al albur de aquellas embestidas que venían cabeceantes y violentas. Pero lo hubo en la plaza. Domingo Valderrama lo hizo así en su primera faena; Óscar Higares, en su segunda.

Fundi bulló, si es que al trasteo afanoso, al muletazo por la cara, al vocear ¡je! y al desplante crispado lo llamamos bullir. Banderilleó con más facilidad que brillantez y muleteó movido librando tarascadas, que menudearon a medida que avanzaban sus faenas.

Todo lo contrario le ocurrió a Domingo Valderrama, que tomó con precauciones a su primer toro y en cuanto serenó el ánimo recreó el toreo en unos naturales de alta escuela. Tomaba al toro de frente, lo embarcaba largo volcando en la suerte el sentimiento de su templado corazón y se producía allí el prodigio del arte.

Óscar Higares también alcanzó estas cimas. Las trincheras y los pases de la firma con que sometió al sexto toro ganándole terreno hacia los medios poseyeron maestría y belleza. Los redondos que instrumentó a continuación seguían la misma línea y al emplear la izquierda, ya sin tanta templanza ni aguante, la faena se vino abajo. Es cierto que el toro empezó a distraerse ahí, pero sería interesante saber qué fue primero.

¿El toro o el huevo? ¿Qué fue primero? ¿Sacó peligro el otro toro de Valderrama o lo descompuso él mismo por no aplicarle la técnica adecuada a su bronquedad? ¿Cómo se explica que el tercero pareciera avisado y faena adelante -en cuanto se encontró una muleta templada- Higares le sacara dos estupendas tandas de redondos?

Durante esa faena, a unos espectadores de sombra les dio por no ser de Madrid. Fue cuando la banda de música celebró los derechazos de Higares tocando el pasodoble. Un espectador protestó por ello y otros le hicieron callar diciendo que «esto no es Madrid». Algunos en la Maestranza tienen fijación con Madrid y no pierden oportunidad de marcar las diferencias. Las hay: una corrida de Miura, en Madrid, habría llenado Las Ventas. Por ejemplo.

Joaquín Vidal.

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